Trabajar para vivir o vivir para trabajar

>> sábado, 11 de abril de 2009

“What work I have done I have done because it has been play. If it had been work I shouldn’t have done it. Who was it who said, “Blessed is the man who has found his work”? Whoever it was he had the right idea in his mind. Mark you, he says his work–not somebody else’s work. The work that is really a man’s own work is play and not work at all. Cursed is the man who has found some other man’s work and cannot lose it. When we talk about the great workers of the world we really mean the great players of the world. The fellows who groan and sweat under the weary load of toil that they bear never can hope to do anything great. How can they when their souls are in a ferment of revolt against the employment of their hands and brains? The product of slavery, intellectual or physical, can never be great.” (Mark Twain)

Los participantes del mundo laboral, y sobre todo aquellos de la clase trabajadora que lo desempeñan “informada y organizadamente”, siempre han manifestado simpatías hacia las teorías anarquistas y sus derivados el anarco-sindicalismo, el anarco-comunismo, el comunismo y el socialismo. Estas simpatías desde mediados del siglo XIX han sido violentamente aplastadas.

El movimiento laboral mexicano está repleto de ejemplos de esta simpatía anarquista, las figuras que eleva son personajes como los hermanos Flores Magón, unos anarquistas reconocidos no solo en nuestro país, sino en el mundo entero. Nuestra celebración del día del trabajo, el primero de mayo, conmemora una huelga de trabajadores sucedida en Chicago en 1886 y a raíz de la cual fueron colgados públicamente cuatro anarquistas inocentes. La Revolución Mexicana, entre otros detonadores tuvo algunas huelgas, la de Canaea y la de Río Blanco, ambas con claros matices anarquistas (aunque en la historia oficial posterior haya sido borrada la terminología anarquista por ser contraria al ideario defendido por el PRI).

¿Por qué es tan atractivo el anarquismo y mantiene vivas las esperanzas de los trabajadores no solo de nuestro país, sino del mundo?

Aristóteles, el filósofo griego más influyente en occidente, dijo que “cualquier trabajo pagado absorbe y degrada la mente.” La rebelión del hombre contra el trabajo pagado antecede a la gran mayoría de sus conflictos.

La precepción del trabajo como una forma de esclavitud es tan vieja como la humanidad misma. Hay algunos que incluso argumentan que nuestra especie fue creada por seres extraterrestres con el único propósito de ser sus esclavos. Sin ir a ese extremo, se puede argumentar que la idea misma de la libertad se debe a la existencia del trabajo. Si los seres humanos desde siempre no hemos querido trabajar, ¿a qué se debe que la tan perseverante presencia de la importancia del trabajo en todos los códigos éticos, morales y hasta religiosos y espirituales? ¿Se debe al proverbial arquetipo de que somos flojos por naturaleza? Evidentemente, cualquier ser humano que trabaja en un empleo asalariado, va a tender hacer lo menos posible, pero ese mismo hombre, cuando se trata de hacer algo para el mismo -construir su casa, fabricarse muebles, moler el maíz para sus tortillas, sembrar su propio campo- se convierte en un trabajador infatigable.

Contrariamente a lo que se piensa, el trabajo, tal y como lo entendemos actualmente, no ha existido siempre. Es un claro subproducto de la invención de la propiedad privada que luego se perfeccionó como el elemento que sustenta al sistema capitalista.

Marx argumentó que el problema es la relación de la fuerza de trabajo con el capital, es decir que el capitalismo, las fábricas, etc., finalmente están comprando -a veces a precio de ganga- la única propiedad real que tiene cualquier ser humano, que es la habilidad de usar su cuerpo para desempeñar un trabajo (esto es la fuerza de trabajo marxista). Esta es una injusticia de origen. Nadie debería de hacer el trabajo de otros. El argumento de que el capitalismo te ofrece la ventaja de que puedes escoger a donde trabajar, no hace otra cosa que dejarnos un mal sabor de boca ya que la alternativa real, es decir, obtener lo suficiente para vivir sin tener que trabajar no existe. Como dice Joseph Lane Kirkland, el Fidel Velázquez de los Estados Unidos, “si el trabajo realmente fuera algo tan maravilloso, seguramente la gente rica ya se hubiera quedado con el.”

La percepción humana sobre el trabajo valioso, es en torno a aquel trabajo que se hace por gusto, por placer y para la autorrealización. Curiosamente, la solución para este problema la podemos encontrar no en el capitalismo, sino en sus productos. Una sociedad altamente tecnologizada, que produzca bienes duraderos y disponibles (sin costo) para todos, cuidando los recursos naturales, usando energías renovables y que genere el menos desperdicio posible con nuestro avance tecnológico actual ya no es un sueño de ciencia ficción, sino un sueño alcanzable. Para ello se requerirían en realidad solo dos cosas bastante elementales: redefinir la propiedad y redefinir el dinero. Evidentemente la humanidad se tendría que deshacer de los propietarios del capital que no sería un gran sacrificio si consideramos que el 95 % de la riqueza está concentrada en menos del 1% de la población mundial. Si los políticos del mundo realmente persiguieran el interés de la gente a quienes dicen representar esto desde hace años se hubiera podido lograr. Por lo tanto, también es necesario un tercer elemento: implementar un sistema político tal que verdaderamente represente los intereses consensuales de la gente y no los de aquellos que están en la cúspide de la pirámide. Esto responde a la pregunta formulada arriba sobre el atractivo del anarquismo para la clase trabajadora. Resulta que el anarquismo es el único sistema hasta ahora concebido que plantea soluciones para estos tres problemas.

Para apreciar cabalmente los planteamientos anarquistas, hay que despejar los prejuicios que imperan en su contra. El verdadero anarquismo no implica, como se piensa prejuiciadamente, una sociedad caótica, sino una sociedad sin poder. Para llegar a ello, cada persona debe de asumir toda una serie de responsabilidades que se desprenden de un orden no jerárquico en el que existe mucha organización y planeación sobre las necesidades que van surgiendo. Las decisiones se toman en el interior de estas organizaciones en la medida que cada uno de sus integrantes esté dispuesto a asumir las responsabilidades que se derivan de las necesidades definidas. Una sociedad anarquista retoma a la comunidad perdida rescatando el valor y las aportaciones de cada individuo que la compone. La tónica de la vida es la cooperación y no la competencia.

Se puede argumentar que nadie haría nada porque ya no existiría el estímulo de la ganancia. Esto solo es cierto si lo vemos con la lógica del sistema capitalista actual que efectivamente no podría subsistir sin ella. Lo que se nos suele olvidar es que la ganancia no se tiene que tasar con dinero. Una palabras de agradecimiento, la sonrisa de alguien a quien he ayudado, ganar un nuevo amigo con quien puedo platicar, la satisfacción de haber hecho voluntariamente un buen trabajo, por si solos -es decir sin remuneración económica- son estímulos mucho más humanos y poderosos.

“Fallamos sistemáticamente al sobre estimar la cantidad de felicidad adicional que nos puede traer el trabajo extra y trabajamos demasiadas horas para obtenerlas. Fallamos en darnos cuenta que nuestras expectativas también aumentan con nuestro ingreso. Pasar más tiempo con los hijos, la familia, los amigos y en las comunidades nos trae más felicidad. Deberíamos tomar nuestras ganancias productivas en forma de tiempo. (Economics Foundation - A Well-Being Manifesto)"

La gran falla del capitalismo es que ha sido incapaz de valorar cabalmente al ser humano reduciéndolo a un factor más entre todas aquellas cosas que consume y desecha a lo largo de su cadena productiva.

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